Me cago en la puta

Me quedo fría. A veces me gustaría salirme del planeta, pero sólo lo consigo en sueños, cuando los sueños me dejan. Es como cuando veo las noticias y en lugar de resbalármela, me siento mal y dejo el tenedor en la mesa. Le pido a mi madre que se calle, quiero oír entero el despropósito, tengo ganas de indignarme inconscientemente. Luego ella me dice que las cosas son así. Pero las cosas no tendrían por qué ser así si la mente del ser humano no fuera una cloaca. Pero lo es. Y apesta.
Me quedo fría porque aún no he llegado al estadio de pasotismo que a veces, los medios, provocan en uno. Es decir, a muchos, de ver tanta mujer maltratada, se la pelan todas. Una más, ¿y qué? La víctima pasa a formar parte de una estadística diabólica. Ya está.
¿Cuántos niños se carga el ejército israelí “por error”? Siempre pienso en sus madres. Cuando matan a un crío, en realidad es un 2x1. La madre es un fiambre condenado a vivir.
De momento, no consigo salirme del planeta. Me sigue afectando. El problema llegará el día en que pueda ver este tipo de cosas y pueda seguir comiendo sin cagarme en la puta madre que los parió a todos, bichos inmundos que convierten la tierra en un puto infierno. Pero ese día, prefiero palmarla para no contagiar mi frialdad a nadie. Y mucho menos a mis hijos, si los tengo.
Cada vida importa. Aunque aquí se hable de ellas como quien habla de pipas. Cada vida importa más que mil billetes. Es una obviedad. Pero en esta vorágine de locura, parece ser que la obviedad no lo es tanto.

Imagen: "Wingman" - Nat Saunders