"Cunit, Poble Eixerit"

Cómo cambia salir de aquí, retozar sin hacer nada o… al menos, no hacer nada previsible. Con mi madre. Me he adaptado a sus gustos de fin de semana. Los dos días con ella al completo.
Me ha invitado a todo, me siento mal.
Tenemos un apartamento. Necesitaba descanso, realmente, y desconexión. A mi ritmo.
Fuimos en tren. El periplo fue horrible. Nos equivocamos y damos una vuelta por la Catalunya interior, uffff. Al menos pasé un rato entretenido en Calafell viendo una sesión de pintadas en la estación, con Bboys dedicados a dejar maqueada la estación al ritmo de hip hop y con permiso del Ayuntamiento.
Me parecía bonito dedicarle un fin de semana por completo al descanso y a mi madre, pero reconozco que el sábado noche me dolió en el alma. Oscurecía y mi plan era leer todo lo que me había llevado en la bolsa de papel y descansar. Pasaban coches con música. Javi a muchos kilómetros viendo a su abuela. Me dormí a la una, cansada de todo. Eso sí, después de un baño nocturno en la piscina para mí solita.
Otras vicisitudes:
Elijo ver una peli, me quedo con la alemana que es la más rara y la menos conocida, no estuvo mal. Aplatanada en el sofá azul, con la puerta abierta, como en los pueblos, que da a la piscina de la comunidad. Mi madre ronca en el otro sofá.
Siesta, siesta, siesta. Al despertar, una buena dosis de dulce: sandía!
Resulta inquietante saber que no hay ordenador. Que no podré navegar, que no podré mirar el correo ni escribir en el blog. Además, quedan pocos cigarrillos en el paquete y el bar está a tomar por culo.
Playa. El sol nos amenaza, me guiña el ojo. La playa de Cunit es un criadero de especies parlantes. Especies de la tercera edad que encuentran placer en la charla a voces, de acento andaluz, para que toda la playa se percate de sus nimiedades. El niño que da por culo y me pisa la toalla, la niña pesada que tiene una ampolla y se queja a su madre por teléfono, el cachitas de gimnasio que se pavonea, la kamikaze del cáncer que parece que vive allí de lo negra que está. Me siento a leer, mi madre se pelea con las piedras que hay a la entrada del agua. En unos minutos vuelve a la toalla. Ahora me toca a mí. Siempre tengo la manía de ponerme boca arriba, como haciéndome la muerta, dejándome llevar. Me gusta erguirme después y comprobar con sorpresa a dónde me ha llevado el mar. Nado en aguas de verde sospechoso. Nada que ver con las de Cadaqués. Lo justo para refrescarme y poco más.
Como mucho. El agua abre el apetito. Bebemos gazpacho de cartón porque mi madre no ha comprado ingredientes para hacer el suyo, que le da mil patadas a todos éstos envasados.
La tarde nos lleva de paseo por el paseo (jojojoo), horchata en la mano y banco de un parque, niños que corren jugando al escondite, mi madre que no calla y sorbito aquí y allá del tesoro blanco y dulce. Brasil pierde contra Francia, lo dicen en los bares.
Salgo de “Cunit, poble eixerit” (Cunit, pueblo espabilado, en castellano). Vuelvo a casa por las costas del Garraf, en el coche de unos amigos, con una caravana de mil demonios, la tarde dominguera por antonomasia.
He quedado a las 20.30 con mi mejor amigo que me pone al día de sus cosas. Aparece por sorpresa Javi en la Plaza.
Finalizo el fin de semana rarito con síntomas de insolación y masaje Alter Sun de mi amor.