Por la mañana ya ha salido el sol bien temprano. Un sol brillante que ayuda en el ejercicio monótono del desperece.
La calle está viva. A veces hace frío en la moto, en ese trayecto corto hasta la estación, serpenteando entre coches para robarle instantes al tiempo y conseguir llegar unos minutos antes de las nueve. Mi compañera me pregunta qué hacía en el despacho tan pronto. Cómo explicarle que tengo tanto trabajo que a veces no sé ni por donde empezar…
Odio el transporte público. Llevo muy mal eso de aguantar olores corporales ajenos. Me indigna aguantar las pestes de los demás, el que viene sudado, el que no se ducha o la incontinencia gaseosa de algunos son cosas por las que sería capaz de matar. No soporto agarrarme a los postes y tengo que hacer auténticas virguerías para mantener el equilibrio. Apoyar mi mano limpia en un lugar donde la apoya alguien (quién sabe dónde se la ha metido antes) me traumatiza.
Encontrar un asiento vacío es una quimera. Y soportar pisotones y malas caras, el pan de cada día.
En la parada de Sarriá se bajan muchos estudiantes con traje y corbata. Es curioso cómo por su parada de tren puedes hacerte a la idea de la clase social de la zona.
Al pasar por Valldoreix y la Floresta desfilan ante mí torres con piscina, grandes casas, chalets modernos.
Al pisa el suelo de Sant Cugat, la temperatura ha bajado tres grados. Y el paseo hasta el despacho me lleva quince minutos de frío por el centro. Callejuelas pequeñas, con abundancia de bares y comercios de todo tipo. Para los que estamos acostumbrados a la moto, aguantar media hora de pie en el vagón de un tren es una auténtica tortura.
Volviendo al principio, durante el camino se aprenden cosas. Y yo, que la mayoría de mañanas soy incapaz de leer en el vagón, de pie, me dedico a observar y a pensar en el trabajo que tengo que hacer cuando llegue al despacho. Mirar a la gente. Observar a las niñas cotorrear, a muchos leyendo la prensa gratuita, otros adormilados apoyados en el brazo.
El camino de vuelta es mucho más pesado. A las ganas de llegar a casa se le juntan el cansancio y la cabeza como un bombo de datos y cosas pendientes. Es tarde y quiero quitarme los zapatos, darme una buena ducha y comer algo decente.
Las horas pasan. Lo importante es que en el transcurso del camino, acaben por no ser en vano.
Intentando levantar el espíritu en mitad de la lucha que es vivir. Batalla a batalla. Día a día.
Y sin embargo, gracias por el camino. Y porque otro día pasa.
5 comentarios:
Se aprende mucho de ese camino al trabajo, también del de vuelta. Echo de menos esa época, cuando iba andando en Granada, o cuando iba en metro. Claro que hay muchos inconvenientes, que describes, pero la gente, a esa hora, es muy interesante y gráfica. Un beso, Pam.
Yo no se si soy romántico, o ya no, pero siempere lo he dicho, el objetivo es lo menos importante del viaje, el viaje en si empieza con la idea de realizarlo. Hacer cada día el mismo trayecto no es viajar, pero puede serlo, uno pu8ede viajar consigo mismo, con sus pesadumbres, o con las de los demás, pero también se puede disfrutar y se aprende mucho siendo consciente; si nos pusiéramos “el chip del viaje” en cada trayecto, cada viaje –por corto que sea- sería positivo. Una buena ducha es también un buen viaje, mudamos pieles muertas, sudor y suciedad, pero hay que ver como alegra el contacto del agua cálida en el cuerpo. A mi a los dos minutos siempre me dan ganas de cantar y de organizar otro viaje, aunque sea al video club.
Yo que tuve mi carnet sin estrenar más de 10 años, tengo que confesar que ahora adoro desplazarme en mi coche...
Un beso, Miriam G.
Enrique: que la echas menos? ufff, yo voy loca por tener la moto para poder llegar en media hora a Sant Cugat y librarme de ese martirio! Saludos!!
Xnem, sí, eres un romántico.
Miriam, yo l del coche lo llevo fatal. Tengo el carnet pero como si no lo tuviera, Es una asignatura pendiente.
Buenas noches; aunque a veces te leo nunca te había escrito, pero hoy me has recordado algo y me ha dado la risa. Hace unos días, mi hija peque nos preguntó la definición de "humanidad". Y antes de que yo dijera nada, mi marido soltó "el olor del metro, del autobús, de los chicos cuando salen del futbol, de los ruteros de la Quetzal...". Y lo he pensado al leerte; puedo entender el olor con causa de los ruteros o de los futbolistas, pero no el de los viajeros a primera hora, que deberían ir duchaditos y con ropa limpia. Puedo intentar entretenerme con la gente, sus fisonomías, imaginar sus vidas...pero el "aroma a humanidad" me quita las ganas de imaginar.
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