A la vuelta de las vacaciones, ya de por sí traumática, se le añaden otros tantos factores que me desestabilizan y me entristecen.
Para empezar, la oscuridad de las tardes. Hoy mismo, sin ir más lejos, la lluvia ha traído a Sant Cugat un cielo tan apagado que parecía que trabajábamos de noche. Volver a casa casi de noche me da la sensación de que no hago otra cosa en estos días que trabajar.
Aquellos momentos tan especiales, de ocio, quedan tan atrás que levantarme por las mañanas es un suplicio. Y ponerme a pensar en las próximas vacaciones es desesperante. He de aprender a intentar sacarle partido al momento. Pero cuando el momento se resume en una palabra, obligaciones, es difícil no caer en el estrés. A mis labores en el despacho se han añadido las de supervisión de una compañera nueva que anda más perdida que un pulpo en un garaje (y por cierto gana más que yo, tiene guasa).
Llego a casa y me cuesta desconectar. Repaso mi agenda laboral mentalmente cada noche antes de dormir, sin poderlo evitar. Y el jefe me llama y me pide consejo de cosas que me superan. Suerte que tengo unos compañeros de curro que superan todas las expectativas que una puede tener y me echo unas risas con ellos, casi tan estresados de la vida como yo.
Cada dos por tres reuniones con clientes que no hacen más que exigir todo para ayer. Buenas caras y papelones que he de aprender a interpretar. Disfraces día si y día también. Una máscara el lunes por la mañana que me tape las ojeras y la mala leche.
Cuando cambien la hora me cagaré en todo. Volver a casa de noche es lo que me falta. Coger la moto de noche y llegar a casa sin ganas ni tiempo para nada más que hacer la comida para el día siguiente, faenas domésticas y ducharme.
Empieza el fresquito y lo de vestirse en cinco minutos queda en el recuerdo. Deshacerse de las sábanas es un horror. ¿Por qué me gusta tanto dormir?
Se acabó la playa, vestir con cualquier cosa e ir en chanclas a todas partes. Se acabó el sol brillante y el morenito de la piel que tan bien sienta. Las semanas son una lucha diaria en la que cada jornada es un examen. Y los fines de semana pasan en un suspiro.
Suerte que aún queda el pequeño placer de una conversación, de un té y de un cigarrito. Suerte que en mitad de la vorágine, hay un hombro y una respuesta. Quizá no todo sea en vano. Pero… joder, ¡qué sinsentido!
La música siempre trae respuestas. Otro remo al que acudir...
MIKA - Relax
5 comentarios:
Venga, anímate, que el viernes hay puente, ¿no? No es por hundirte más en la miseria, pero yo tengo dos, porque el 9 es la fiesta regional, así que sólo trabajaré el 10 y el 11. Y me voy de viaje este fin de semana a hacer senderismo por la Sierra de Grazalema para desestresarme.
Relaxxxxxxx take it eeeeeeeeasy! Qué temazo jeje es divertido y desestresante como dice Amelche.
Para los momentos de curre total y agobiante, lo mejor es tener la mente volando por Irlanda, funciona!!
Bueno en tu caso he visto que le tienes un amor a las Vespas impresionante asíque una vuelta por Barcelona buscando follón como decía la canción "No me llames Dolores, llámame Lolaaaa"...
Besos,
Luis Tolkien
Sí, ANA, puenteee!!! Bien!
Qué buenos planes tienes! Genial. Buena idea lo del senderismo.
LUIS, pues sí, cad auno tiene sus drogas y para mi la Vespa es una de las cosillas más ilusionantes de mi vida. llámame simple, jejejje.
Irlanda... qué lejos parece todo aquello!
Caiste en las garras de MIKA, a mi me gusta, al final lo tendremos hasta en la sopa pero el tío es bueno.
A ver mujer ¿te has fijado en lo bonita que es la luz de las mañanas en otoño? Y esa luz brillante de los atardeceres, las hojas de los árboles, Sal un domingo al Montseny y alucina,-o un poco mas lejos a Olot; la faixeda d´en Jordá- el lunes no tendrás que tapar ojeras. Me encanta el color del cielo en otoño y me gusta mucho también su noche, serena y tranquila, además aún hace calor, -eso del cambio climático ya sabes que vasos al trópico de cabeza-. ¿Y la poética de la ciudad de noche?, sus farolas, los rincones a media luz.
Animoooo que el invierno si que es mas chungo, pero aquí dura dos días.
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