Mi hermana se ha comprado una casa en Espartinas, a escasos kilómetros de la ciudad de Sevilla. Se ubica en una urbanización llamada “Aires de Espartinas”, rodeada de higueras, cerca del pueblo y de un Mercadona donde todos van a comprar.
Después de un viaje de 13 horas en el coche de mi cuñado, llego al pueblo. Justo delante de la casa hay una piscina. No pasan coches, no se oye nada y la cama donde duermo es más cómoda de lo que esperaba dadas mis exigencias. Me acostumbro a la almohada rápidamente.
Duermo con mi sobrina Yaiza, que me roba la sábana cada noche y me dice “bona nit” antes de coger el sueño.
Con los cinco vales podemos ir a la piscina cada día. El sol nos taladra el cerebro. Desayuno en el patio interior, con el sonido de los pajarillos de fondo y el silencio del sueño de los vecinos. A los dos días me compro una libreta en una papelería del pueblo para escribir un rato. Me quito el reloj.
En la piscina comparto mi tiempo libre con mis niños, jugando en el agua, tomando el sol, escuchando la música de mi mp3 y leyendo “El Monje que vendió su Ferrari”.
La piscina es muy grande pero al agua está demasiado caliente. El horario es curioso: de 12 a 15.30 y de 17 a 22.
Tengo una lucha interna de pensamientos negativos y positivos. Las miles de conversaciones con mi hermana en la cocina, fumando un cigarro en el patio, me ayudan a despejar mi mente e intentar ver el vaso medio lleno.
Las familias hablan en andaluz y a veces me hace gracia ese acento tan peculiar que cambia en cuestión de pocos kilómetros, de pueblo a pueblo.
He adelgazado algunos kilos antes de llegar. Los recupero merced a los helados de chocolate Hacendado después de las siestas “purificadoras”, como las llama Xnem.
Mis sobrinos son mi verdadera terapia. Por las noches, cuando volvemos de dar un paseo o de cenar por ahí, nos sentamos en los sofás y vemos las reposiciones de Muchachada Nui en La 2. Nos reímos de los gags y adoptamos expresiones del programa. En el coche cantamos todos y no dejamos de reír. Mi cuñado da vueltas infinitas a las rotondas y nos salimos de nuestros asientos entre carcajadas.
Ponemos mesa para nueve y las porciones de pizza desaparecen en cuestión de minutos. Mi sobrino Cristian se apodera del zumo. Yanira come poco y Yeray no calla ni con la comida en la boca. Mi sobrino Rafa, el mayor, está pendiente del móvil. Se ha enamorado por primera vez y sale con una chica. Le escribe una carta que no sabemos si llegará antes que él a Barcelona. También le dibuja una caricatura de ella a partir de una foto.
Me levanto tardísimo. Desde el balcón veo los campos de higueras. Dos noches, los niños se cuelan en ese campo y recogen jugosos higos que a mi hermana la vuelven loca.
No hay ordenador, no hay radio, sólo vemos los deportes. Demasiado pendiente al móvil, no puedo evitar llamar al
Fumo a razón de casi un paquete diario y miro las estrellas por las noches.
Escribo algunas de las cosas que me suceden mientras mi piel empieza a adquirir ese tono moreno que tanto me gusta.
Después de comer, cojo la Nintendo DS y hago torneos de Tetris con mis sobrinos, de los que casi siempre salgo vencedora. Yeray se pica y me gana algunas veces, entre gritos de victoria.
Una noche, nos sentamos en el parque que hay justo delante de la casa. Empezamos una sesión de fotos con mi cámara y los resultados son tremendos. Las muecas, los gestos…
Sin el aire acondicionado no podríamos vivir. Pero me reseca mucho la garganta. Pese al tremendo sol, a penas sudo. Pero la sequedad ha cuarteado los rostros de quienes viven en esas tierras. La mayoría tiene arrugas y luce un aspecto de mayor edad que los nuestros.
En Espartinas, el ritmo de vida se ha detenido. Pese a ser un pueblo clásico, sus habitantes son de todo tipo y cada vez lo pueblan más extranjeros y personas de toda España. Son familias que se trasladan, como desgraciadamente hará algún día mi hermana, para reencontrarse con la vida en calma, la tranquilidad, el silencio.
5 comentarios:
No hay nada como una conversación entre mujeres en la cocina. Te recarga las pilas inmediatamente.
Vaya tribu!
¿Le llegaron las foticos?
Una de las obligaciones de los luchadores de sumo es hacer la siesta para aumentar masa muscular. Un gran invento patrio según creen en el extranjero.
Me gustó lo de “me quito el reloj”. Yo me lo quité hace años, así que cuando me fugo “Me quito el teléfono del bolsillo”. Que ahora es mi reloj y mi cruz.
Amelche, es verdad! ahora que mi hermana todavía no ha vuelto, echo mucho de menos esos momentos.
X, las fotos no llegan. No lo entiendo. ¿Apuntaste bien el mail?
Además es que, como los hombres entran poco a la cocina (unos menos que otros, pero en fin) y los niños tampoco se quedan mucho tiempo allí, sólo para coger la merienda y salir corriendo, es un lugar muy íntimo para confesar amoríos, desamores, etc. porque no te molesta nadie.
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