22 marzo 2006

Ella / Él


Viernes 12

Ana decidió explicar la noche, pero se hizo de rogar. Había callado siempre. No le gustaba propagar sus historias, excepto si intervenía el alcohol. Entonces Ana padecía de la enfermedad de la palabra compulsiva y luego, al día siguiente se arrepentía.
Para explicar su noche, Ana encendió un cigarrillo en el bar de las luces rojas. A su alrededor la contemplaban, también serenas, Lucía, Isabel y Andrea. Una humareda espesa invadió en local y a las dos de la mañana, Ana carraspeaba.
Ana empezó, sin dejar de fumar:
“Eran las cinco de la tarde. Empecé a sentir que lanzaría el ordenador por la ventana. Sabéis que últimamente echa humo. Que la tesis la tengo ahí guardada, que no se vivir sin Internet, sin mi cigarro en el escritorio. Y mi música, que sale directamente del ordenador también.
El virus se expandió tan rápido que me asusté. Las carpetas se borraban una a una frente a mí. Sentí dentro que me partían, como al que le vuela la carpeta llena de informes en la Ciudadela.
Sara, mi compañera de trabajo me había hablado de un tal Salvador, experto en todos los virus habidos y por haber, así que cuando recuperé la serenidad, la llamé y le pedí el teléfono. A las siete y media llegó a mi casa.
Es pelirrojo. Entra por la puerta con un maletín en la mano y me pide que salga de la habitación. Que prefiere hacerlo solo. Que deje de comerme las uñas y me relaje. Que “todo es recuperable”, que “confíe en él”, cómo le gustó decirme eso mientras clavaba sus ojos azules en mi escote en un despiste que yo capté.
Estuve dando vueltas por el comedor. Se hizo de noche. Puse música suave. Me senté, me levanté, mientras le oía teclear compulsivamente. Entré y observé su perfil: una cara de porcelana, con algunas pecas sobre la nariz. Unos rizos cayéndole suavemente por la frente. Los labios rojos. Me mira, me sonríe: “esto ya casi está”. Le pregunto que si quiere algo de beber. Asiente y le traigo una cerveza. Francamente, empieza a hacer mucho calor.
Lleva una camisa blanca con los dos primeros botones abiertos. Intuyo cierto vello rizado en su pecho. Tejanos de marca y olor a algo dulce. Los dedos largos. Fijamente mirando la pantalla del ordenador.
Me vuelve a mirar y sonríe mientras se lleva la botella a la boca.
A las ocho y media sale por fin de la habitación. Triunfal.
Me explica mil cosas en un idioma técnico que no comprendo. Ha recuperado todo. He tenido suerte. Le doy las gracias y le digo qué le debo. Sólo me pide comer cualquier cosa. A mediodía no comió. Preparo unos bocadillos y nos sentamos en el sofá. Tengo la oportunidad de observarlo mejor. Y él también me observa cuando cree que no me doy cuenta. Eso me encanta.
No hemos encendido la televisión. Sigue sonando el “Café del Mar”. Sirvo un poco de vino en dos copas grandes. Lo bebe delicadamente, a sorbitos. Me mira y entonces me deshago. Y él también.
Me mira de nuevo y entreabre los labios, se los moja con la lengua y yo no dejo de mirarle. Yo le mantengo la mirada con gran esfuerzo. Siento un cosquilleo en la nariz y en la barriga. Entonces se acerca y me besa. Sin lengua, levemente. Me destrozo por dentro. Busco la inmensidad del cielo, la encuentro porque me quita la blusa y sigue sin dejar de mirarme.
Cuando entra dentro de mí seguimos en el sofá. Es tan cuidadoso que casi me molesta. Le muerdo la lengua y me coge por el pelo. Eso ya me gusta más. Me tira la cabeza hacia atrás y me lame la cara. Ya se ha quitado la camisa. Le beso el cuello. Me quita el sujetador. Se detiene en cada uno de mis pechos una eternidad. Me van a explotar los pezones.
Quiero volver a sentir esto. Le pido que haga lo que quiera. Muerde mis hombros. Me hace daño.
“Házmelo sentir”, susurra.
De empezar a follar, ahora dudo entre eso y el amor. Creo que va más allá en mis esquemas. No puedo catalogar esto como un polvo. Estamos fundidos más allá de lo carnal. Está temblando. Se le escapa una lágrima, lo juro.
Ya se ha instalado en el lado sentimental de mi cerebro, como decía Kundera. Entra tan despacio que creo que me voy a morir por sentirle dentro de mí. Soy como una perra en celo, pero él se lo toma con toda la calma. Entra y sale despacito. Me muero. Su lengua pasa por el caminito que va de entre mis pechos hasta mi pubis, dejando una estela de saliva tibia. Se para. Creo que le quiero matar. Luego vuelve a mi boca. Me araña. La marca que deja es mi trofeo.
“Esto no es un sueño”, me dice al oído. Me lo como entero. Lamo las yemas de sus dedos y él suspira. Tiene un abdomen suave. Los hombros anchos. Cierra los ojos. Las piernas son eternas. Bajo hasta su sexo.
¿No me había pedido que confiara en él? Ya estoy fuera de mí, preparada para dejarme.
Nos mojamos. Me toca donde debe. Soy un títere en sus manos. Me dejo a su ritmo, le beso en las orejas, le muerdo también la barbilla. Chilla.
Se pone el preservativo después de comerlo todo y de tenerme mojada hasta los pies. Entra y sale mil veces. Me besa la espalda y siento su melena dejarse caer por mi piel
Pestañea mil veces. Jadea. Jadeo. Estamos sudando. Al acabar nos miramos, me roza con la boca en el pelo.
Me muero. Tengo que volver a verle ”.

Viernes 12

Salva baila en la discoteca. Ha salido aunque está cansado. Es ineludible. A su alrededor Rafa, Santi y Fernando.
No ha bebido.
Al sentarse en el privado se piden una botella de champán y acude una mulata amiga de Fer. Besa a Salvador en la boca y se sienta con ellos.
Santi le pide que explique qué pasó con Ana.
Salva sonríe:
“Pues nada. Me la follé”.

2 comentarios:

Reaño dijo...

Quizá Ana debiese escuchar el tango "Malena"... lo puse por allí, alguna vez:
y aquí está:
http://reagno.blogspot.com/2006/03/viernes-musicales-avec-le-temps-malena.html

Anónimo dijo...

Por casualidad-curiosidad llegué a tu blog en un momento de aburrimiento en la oficina. Te felicito por el blog entero, pero especialmente por este post. Me ha encantado leer el episodio de Ana y Salvador, se me hace tan verdad como la vida misma. Gracias por estas perlas de realidad tan bien relatadas.