Las esquinas de mi vida tienen historietas grabadas. Murmuran mis historias. La papelera dice que un día le lancé una carta de amor que no era de amor. El semáforo ve mis legañas a las ocho y media de la mañana. Cuenta que le miro hastiada porque se convierte todo de verde. La librería del barrio me ha visto pasear entre sus estantes y pasillos, buscando la perla en forma de libro que me haga soñar una vez más. La taberna cuenta mis cigarrillos encendidos mientras hablo con mis amigos. Planes de fiesta, de fin de semana, desagravios del trabajo, confesiones de amor... La sala de cine explica que me ve darme la mano con Javi mientras vemos cualquier película, comiendo palomitas y sorbiendo Pepsi aguada. La cola del banco me ve con talones del trabajo en la mano. Dinero en forma de papel que al olerlo se va. La discoteca se ríe de mis saltos cuando suena David Guetta o algún tema que ya escuché en Ibiza. Me ve con el cubata en la mano, la falda corta y el pelo revuelto. El despacho me descubre estresada, al teléfono, escribiendo, tomando notas, haciendo informes, alienada. El comedor de mi hermano me ve saborear con locura los spaguetti carbonara mejores del mundo. Los que cocina mi brother. El estanco murmura que me enfada la paradoja de no poder fumar mientras espero para adquirir el paquete de la muerte lenta. El televisor escupe su diarrea en forma de telediario mientras me esfuerzo por comer verdura insípida para cenar. Mi cama desvela mis sueños, mi baba dulce en la almohada. El descanso maravilloso tras hacer el amor, la rabia del madrugón. La tienda me descubre removiendo ofertas de ropa. Sus probadores me pillan in fraganti criticando mi propio cuerpo frente al espejo y las tallas pequeñas. El restaurante de comida rápida critica mi capacidad para consumir comida basura y sentirme culpable después. Mi habitación proclama mi independencia, mi intimidad maravillosa, la de la bata fea y el pijama infantil, obsequio de mamá. El cigarro, el ordenador, la música sonando mientras escribo poseída por los ángeles. La cocina grita mis paseos a la nevera buscando algo que me sacie y se cargue de una vez por todas al aburrimiento dominguero en soledad. El lavabo, bueno, el lavabo...jajajá. El patio de mi casa (es particular, la la la) recuerda mis juegos, mis bebés, mis pipas saladísimas, mis muñecas, mis gritos y mis bocadillos de Nocilla. La peluquería ensalza mi autoestima después de la remodelación de mi aspecto. Cortes de pelo, depilaciones monstruosamente irritantes... La facultad, alejada en el recuerdo, me trae aromas de campanas, clases magistrales, compaleros inolvidables, conversaciones impagables, cafés y cigarrillos, exámenes de la muerte, diarreas nerviosas...listas de notas. El pub critica mis críticas al DJ. La tienda de animales habla de mi cara cuando frente a mí y tras un cristal, juguetea un cachorro maravilloso. La sala de espera del médico se ríe de mis gritos internos a la Seguridad Social y a su madre entera. El coche me confiesa que está cansado de verme cambiar el dial de la radio sin contentarme con la emisión. La playa me disfruta como yo a ella, de vuelta y vuelta para coger moreno y de remojo en aguas deseosamente cristalinas, como en Ibiza, o eternamente grisáceas y sospechosas como en Barcelona. La sala de conciertos me retiene emocionada, cantando horriblemente las canciones de mi grupo musical como una posesa.
El mundo cercano, mis entornos, me descubren cada día, en versiones distintas de mi propia persona, feliz o triste, alegre o desilusionada, indignada con el mundo, eufórica, romántica, cansada o enérgica, soñadora o realista. Las diferentes facetas de mi mundo. Los disfraces del día a día, las máscaras horripilantes, la mueca forzada, el abrazo sincero y necesario.
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1 comentario:
Y en todos esos momentos y lugares sigues siendo tú, aunque parezca contradictorio. Me voy a trabajar.
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