18 abril 2006

Ayer - Hace mil años (II)

Hubo una época en mi vida en que los días transcurrían sistemáticamente sin movimiento, sin ideal, sin ilusión, sin sentido. Aquellos instantes amenazaban con permanecer en todas las facetas de mi vida, como una daga amenazadora que daña sin rozar. Gris en todas partes, confusión, inestabilidad emocional. Mi cuerpo se debilitó al compás que marcaba mi mente. Del gris al negro, indefectiblemente, rondando los veintitantos y sin ganas de vivir… un pozo tan hondo que me despachaba desesperación continua. Un sin vivir que me azotaba ante la mirada atónita de todos aquellos que me amaban y asistían, impotentes, a mi destrucción prematura como persona.
Las drogas legales eran sólo un remo al que intentaba asirme como animal que lucha por una supervivencia que no ansía. No comprendía, por entonces, que la tristeza podía ser infinitamente honda pero nunca eterna.
Una tarde que olía a mierda, a auténtica mierda, volviendo a casa con la moto, tras una jornada desesperante en la agencia y una débil reprimenda de mi jefa, el aire dejaba de llegarme y la respiración se volvía quimera. El fantasma de la crisis de ansiedad me atravesó fúnebre y el cielo se volvió del color de la miseria. Aparqué en casa de quién entonces era mi pareja y caminé hasta su puerta despojada de alma y fuerza. Mi madre y él vieron despojarse mi flor el color y el olor. Trasladaron mis restos al servicio de urgencias de la Vall d’Hebrón, donde me drogaron y me devolvieron a casa con una palmadita en la espalda. Buenas noches y tápate.
Una semana. Me tomé únicamente una semana sin trabajar. Recibí mil llamadas de incomprensión y exigencia. ¿El negocio iba a hundirse sin mí?
Como un monstruo, un alien se adueñó de mi cuerpo y de mis apetitos. Adelgacé cinco kilos en casi dos semanas. Pero no dejé de trabajar.
No podía rendir. Pero trabajaba.
No quería vivir, pero vivía.
Mi madre se moría día a día de verme, golpeando mi cabeza contra la pared de impotencia. Demasiado cobarde para marcharme, demasiado débil para quedarme. Estaba, pero no estaba. ¿A dónde había ido?
De pie. Sentada. Con música. Sin música. En mi cuarto, mi infierno. Insomnio. Hastío. Con veintipocos años, aquello era suficiente. Tan pútrido y mortal. Un zombie que camina porque le han dicho que debe hacerlo, que amanece y desea refugiarse sin más bajo las sábanas, que desea que le ignoren e ignorar, que contesta malcarada, que vomita su pena golpeando la almohada.
Un día, morí. En vida. Si a la existencia infernal puede considerársele vida. Un día, había muerto y estaba fría.
Yo no era nadie. Menos que eso. Infinitamente minúscula y débil. Menos que nada. Autoestima bajo mínimos. Era basura vegetal. Acurrucada en la cama sucia de lloros profundos. A mi madre le rondó la idea del ingreso en algún centro donde pudiera recobrar el estado de consciencia. Pero era precisamente estar consciente lo que hurgaba más en mi herida. Asistir a un espectáculo del mundo tan desgraciado. El mundo era…vomitivo y yo era la Reina del Vómito Mundial.
Mis hermanos arrastraban de mí como se arrastra al toro herido de muerte por la plaza, dejando un reguero de sangre marrón, mientras el respetable aplaude la debilidad de la bestia. El mundo-miseria ganaba. ¡Bravo!
Y cuando sonaba el pasodoble… yo….

Banda sonora: Los jóvenes mueren antes de tiempo - DELUXE




6 comentarios:

if dijo...

¿Eso no lo escribi yo? ¿Eso no lo viví yo? Sí, también a los veintitantos.
El médico me dijo que era normal a mi edad y me dió unas pastillas y a casa. Tres días sin trabajar. Y a arrastrarme por las calles.

amelche dijo...

Yo he estado mal alguna vez, pero no tanto. Creo que he llegado a rozar ese extremo y en el último momento, no sé cómo, me he salvado antes de bajar un peldaño más, en el que me habría perdido y me habría dado todo igual.

Pam dijo...

Sí, Amelche, el problema es que todo daba igual. Sin ilusión... nada.
If: es increíble cómo he cambiado. Aquello no era yo. Pero para llegar a verlo se necesita madurar mucho y autodescubrirse una misma.

Reaño dijo...

Bueno, alguna vez también tuve mi crisis de estrés... allí aprendí una cosa, que si algon no te pueden quitar es, hinchando el pecho, bramar: ¡váyanse todos a la mierda!
Pero me alegra que hables de un tiempo pasado y de algo que significó un descubrimiento personal.

Pam dijo...

Ahí está!!
Lo único que le queda a uno cuando pasa un bache de este tipo es el aprendizaje... pero lo de "váyanse todos a la mierda" lo repetiría demasiado a menudo.jajajaajjaja

Erika Almenara dijo...

Qué bueno que ya pasaron aquellos días!
Saludos,