El cielo hoy tiene el color de la ceniza. El único amparo es pinchar mi música, fumar un cigarrillo y desvincularme del mundo laboral, del que pone el pan en mi mesa.
Había niebla en el camino y la humedad brillaba en el suelo. Las personas caminaban de lunes con un chip activado, el que permite atravesar los pasos de cebra sin mirar hacia ningún lugar más que al reloj, de reojo, embutidos en la fea ropa del invierno. Ni un pájaro en el cielo, una paloma muerta en la carretera, el frío en el cuerpo por dejar calientes las sábanas de franela que me regaló mi madre.
Amy Winehouse, You know that I’m no good. Los lunes son los días del diablo y no puedo cambiarlo, por más voluntad que le ponga. Me lo dije mil veces, he de cambiar. Pero actvarme por obligación es algo que nunca llevé bien. Ya sé que el mundo es así, que nuestro mundo es así, el sistema que hemos creado, algun descerebrado inventó todo esto… pero no puede gustarme. Son feas las manecillas del reloj marcando un orden horroroso. Es feo el día lluvioso y los despachos desangelados donde montamos y desmontamos cada día el mundo. El portero, siempre fingiendo la sonrisa del Buenos días. Todos los putos actores de la vida, cobrando por fingir cordialidad. Un café de máquina tan feo que te obliga a ir al lavabo. Reuniones y teléfonos que preguntan por una, que piden, que mascullan las mismas frases, que deshumanizan el tiempo.
Bueno, ya sabes, nada de esto me gustó nunca, pero las hipotecas pesan.
Me siento en la moto y se me moja el culo. El cigarro y la gasolina subieron. La leche es un lujo. No tengo hijos, pero no creo que nada de esto les gustase.
Debates con grandes personas. Que debatan lo que quieran. Esta mañana era difícil activar el on de mi vida. La ansiedad. Los robots en que nos convertimos. Alguien dice que vale la pena. Yo me cago en este sistema mientras la paradoja de la vida me inserta cada vez más en él.
Lo hago lo mejor que puedo, a veces hasta tengo ganas de sonreír, cuando algún compañero lanza una frase que lo intenta relativizar todo. No es más que trabajo. Pero algo más que obreros debemos ser, ¿no?
Me quito la máscara, después de aparcar la moto, subo las escaleras del piso de alquiler. La calle sigue fría, las manos heladas mientras escribo. No sé por qué tenía hoy necesidad de dejar aquí las palabras de mi desilusión.
Es una inversión. Al final todo se reduce a eso. Sembramos poco a poco para recoger una pensión de vergüenza. Para que el futuro, ese fantasma tan hijo de puta, no nos pellizque de más ni nos tire de las orejas. Para no vernos buscando entre la basura los restos de la vida que no pudimos amasar en nuestra carrera laboral.
Con tu sueldo de mil eurista quizá te de para una tele de plasma, para comer algo mejor que un bocadillo.
Mientras, las calles siguen siendo frías, los actores siguen su función y el mañana les otorga un Oscar al aguante y al producir si rechistar. Consumir hasta morir… en el anonimato de un país de números: DNI, (In)Seguridad Social. Los bancos se frotan las manos a mi costa, a la tuya.
Pero sigue la música y apuro mi cigarro… todo sigue, on and on… Un té, leer, algo que me lance al olvido, porque pensar, siempre dijeron los dictadores, no es bueno. Le puede dar a uno por escapar corriendo de toda esta mierda.
Pero sigue la música… el remo.
Había niebla en el camino y la humedad brillaba en el suelo. Las personas caminaban de lunes con un chip activado, el que permite atravesar los pasos de cebra sin mirar hacia ningún lugar más que al reloj, de reojo, embutidos en la fea ropa del invierno. Ni un pájaro en el cielo, una paloma muerta en la carretera, el frío en el cuerpo por dejar calientes las sábanas de franela que me regaló mi madre.
Amy Winehouse, You know that I’m no good. Los lunes son los días del diablo y no puedo cambiarlo, por más voluntad que le ponga. Me lo dije mil veces, he de cambiar. Pero actvarme por obligación es algo que nunca llevé bien. Ya sé que el mundo es así, que nuestro mundo es así, el sistema que hemos creado, algun descerebrado inventó todo esto… pero no puede gustarme. Son feas las manecillas del reloj marcando un orden horroroso. Es feo el día lluvioso y los despachos desangelados donde montamos y desmontamos cada día el mundo. El portero, siempre fingiendo la sonrisa del Buenos días. Todos los putos actores de la vida, cobrando por fingir cordialidad. Un café de máquina tan feo que te obliga a ir al lavabo. Reuniones y teléfonos que preguntan por una, que piden, que mascullan las mismas frases, que deshumanizan el tiempo.
Bueno, ya sabes, nada de esto me gustó nunca, pero las hipotecas pesan.
Me siento en la moto y se me moja el culo. El cigarro y la gasolina subieron. La leche es un lujo. No tengo hijos, pero no creo que nada de esto les gustase.
Debates con grandes personas. Que debatan lo que quieran. Esta mañana era difícil activar el on de mi vida. La ansiedad. Los robots en que nos convertimos. Alguien dice que vale la pena. Yo me cago en este sistema mientras la paradoja de la vida me inserta cada vez más en él.
Lo hago lo mejor que puedo, a veces hasta tengo ganas de sonreír, cuando algún compañero lanza una frase que lo intenta relativizar todo. No es más que trabajo. Pero algo más que obreros debemos ser, ¿no?
Me quito la máscara, después de aparcar la moto, subo las escaleras del piso de alquiler. La calle sigue fría, las manos heladas mientras escribo. No sé por qué tenía hoy necesidad de dejar aquí las palabras de mi desilusión.
Es una inversión. Al final todo se reduce a eso. Sembramos poco a poco para recoger una pensión de vergüenza. Para que el futuro, ese fantasma tan hijo de puta, no nos pellizque de más ni nos tire de las orejas. Para no vernos buscando entre la basura los restos de la vida que no pudimos amasar en nuestra carrera laboral.
Con tu sueldo de mil eurista quizá te de para una tele de plasma, para comer algo mejor que un bocadillo.
Mientras, las calles siguen siendo frías, los actores siguen su función y el mañana les otorga un Oscar al aguante y al producir si rechistar. Consumir hasta morir… en el anonimato de un país de números: DNI, (In)Seguridad Social. Los bancos se frotan las manos a mi costa, a la tuya.
Pero sigue la música y apuro mi cigarro… todo sigue, on and on… Un té, leer, algo que me lance al olvido, porque pensar, siempre dijeron los dictadores, no es bueno. Le puede dar a uno por escapar corriendo de toda esta mierda.
Pero sigue la música… el remo.
2 comentarios:
Qué sería de nosotros, al final del día (o a todo momento) sin música?
Imposible pensarlo.
Un abrazote!
Un abrazo Reaño. Nuestra terapia!
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